Photo credit: J. Ruano / Foter.com / CC BY-NC-ND
Nos encontramos cerca del mar, sintiendo esos olores especiales de los sitios cercanos al cielo. Eres bella a rabiar. Como solemos decir por aquí, en tierras castellanas ya lejanas a la marisma, pero llenas de sol donde no cabe la tristeza del Norte.
Venias de lejos llena de sonrisas, contagiándonos alegría, compartiendo la cercanía de la morriña de tu idioma. Compartimos un buen yantar que mezclándolo con nuestra conversación llegamos a vivir una agradable tertulia.
Después decidiste invitarnos a tomar algo de tu tierra.
¿Qué mejor que un café brasileiro?
Propio también del sitio donde nos encontrábamos, la cercana para nosotros Lisboa.
De esos ojos verdes que contrastaban con tu tez morena, manaba sonrisa a granel que nosotros disfrutábamos con una gran satisfacción y deseo.
Después el delicioso café hecho a tu gusto, negro y oloroso, nos daba una idea de tus raíces. Porque desde esta tierra llamada antaño Iberia, donde se fraguó gran parte de la historia del mundo, allí en tierras lejanas los oriundos tomaron el idioma y mezclaron su sangre con los conquistadores. Por eso hoy todavía, nos unen muchas razones para llamarnos hermanos.
Descubrimos nuestra vida y ocupaciones en horas, nos contaste que eras profesora, que bajo tu atrayente figura hay algo más que baile, pero dentro de ti hay la esencia de todo un pueblo.
Luego la despedida que junto a un abrazo seguido de un beso nos dijo muchas cosas. Después nos entregamos la simbólica mitad de seis peniques, por si acaso el destino obra la magia de juntar la moneda.
La mitad de seis peniques es el argumento de una antigua película que narra una deliciosa historia.
efe.
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