Photo Credit: .Alejandro Rubio. via Compfight cc
El Plebeyo y la Princesa
En la torre, la bella Princesa sola y triste llora desconsoladamente.
Su Señor antes de irse a la guerra, su tesoro, de candados ha trabado.
Más ella ya no llora su castidad, sino el silencio y abandono de su Señor.
Se asoma a la ventana y contempla la vida. Es día de mercado, los niños juegan, los comerciantes hacen su mercadeo y las buenas gentes bailan a los sones de los trovadores.
Desde su atalaya la triste Princesa oteando en el horizonte, divisa a una zagala con su hombre . Con la mirada se acerca a la vera del rio y entre los helechos, en una cama de flores el zagal a su hembra desnuda.
Sus pezones en el centro de unos pechos de miel apuntan al cielo, mientras el joven con sus duras manos los amasa bebiéndolos a besos, invade el aldeano el cuerpo hermoso de la zagala y sus labios llegan a su sexo, sumergiéndose luego en el lago salado de su pasión, que convierte sus deseos en lujuria y desenfreno.
Dos lágrimas resbalan por el rostro de la Princesa que impotente y triste los contempla.
Esta entonces llama a su Ama nerviosa y desconsolada.
¿Qué te pasa mi niña?
Le pregunta la vieja alcahueta.
Yo quiero ser aldeana.
Le responde la Dama.
Eso no puedes ser Princesa.
Le contesta la Dueña.
Y a continuación la baña, reconforta y en el lecho la acuesta.
Transcurren sus sueños. De repente por la ventana el viril aldeano salta.
Entra obnubilado, se detiene ante la belleza de la Doncella.
Esta se despierta cuando las rudas manos del plebeyo la desnudan para romper los candados, liberándola de la cárcel de sus deseos.
El dulce cuerpo de la doncella brilla a la luz de la luna, quedando libres los secretos del cautiverio, al que le habían sometido los miedos de su Señor.
El Señor de la Guerra.
En ello va su vida pero su pasión le ayuda. Un gozo contenido, al aldeano inunda y ella se entrega como no lo hizo nunca.
Vibran de placer, entran uno en el otro recorriendo sus cuerpos, explotando en un orgasmo inevitable, juntando sus labios dibujan sus besos.
Jamás ninguno gozó de esa manera, la magia del destino los había unido, invadiendo de amor sus corazones.
Vuelven en sí. la viste con los hábitos de aldeana y juntos por la ventana saltan hacia el horizonte.
Mientras la vieja alcahueta les observa con lágrimas en los ojos.
Despidiéndoles, bendice a la joven pareja.
efe.
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