Diana.
El regalo.
Transcurrieron unos segundos que cortaron la acerada mirada de la Dama, pero paradójicamente el encontró sinceridad, casi hasta ternura en su mirada. Notó como su alma estaba aprendiendo a sentir, no era por la fuerza de ella, sino por el irresistible deseo de poseerla, o mejor de ser poseído.
Con una lentitud no estudiada se fue despojando de su ropa, hasta postrarse ante la Diva, el corazón iba deprisa, a medida que se gastaba el tiempo. Fueron momentos llenos de misterio, que jamás olvidaría.
En la mente de Juan iba creciendo un deseo, al tiempo que ella le observaba. Rompiendo el silencio deseado por Diana, le comunicó que estaba allí para darla placer, para después quizá él gozar. Pero tú goce es tú entrega física y mental a mi persona. La humildad es tu patrimonio, y para mí eso es algo muy hermoso .Le manifestó Diana con segura decisión.
Ya solo eres simplemente mío, pero también te deseo con todo mi alma, por eso te enseñare a amar, tu pasión será tu regalo que yo sabre compensar.
Con estudiada perversidad lo azotó hasta hacerle sentirse diferente, hasta que logró hacerle desear el dolor, que ya era placer. Aprendía a sentir a abandonarse a otra persona, a comprender la verdad de la entrega en su caso a alguien distinto. Quizá era la mujer de su vida, la que era capaz de vaciar su corazón, limpiándole de egoísmo.
El abandono de su propia mente le llevó al borde de una paz inmensa, sentía la mano de la fémina como le tocaba, como llegaba a sus intocables secretos, como le limpiaba el alma, hasta hacerle suplicar su cercanía.
Su humildad era bella ante la ya generosidad de su dueña, que se limitaba ya desnuda a hacerle gozar.
Sus cuerpos hablaban de placer, de dolor, de la intensidad de gozar ante la entrega a otra persona. Era la comunión de dos personas ante la necesidad de vivir al límite, de romper sus más íntimos secretos para después conseguir el orgasmo más bello y valiente de su vida.
efe.
Photo credit: mb.neave / Foter.com / CC BY-NC-ND