Ausencia.
Después de un corto viaje por tierras de Castilla y León, me traigo un sabor de boca dulce y triste a la vez.
La inmensa belleza de sus parajes, la Peña de Francia presidiendo el valle a sus pies y mirando a pueblos llenos de paz y belleza. Es un Santuario lleno de misterio que ha llegado a nuestros tiempos.
Salamanca y el reír alegre de sus estudiantes, me dejaron un optimismo diferente, allí confluye el patrimonio humano de toda la región y del que más tarde disfrutará todo nuestro país.
Por eso no entiendo de naciones dentro de España, no comprendo el fanatismo y la guerra de banderas, no entiendo a veces a nuestro país.
Pero duele dentro, como los pueblos de nuestra España se han vaciado, para quizá los fines de semana abrirse al mundo, impulsados por algunos o algunas valientes, que se niegan a perder a su pueblo.
La paz es sorprendente, monasterios y conventos enseñan su tesoro cultural y artístico, el maestro ruega a dios, que al año que viene sus seis alumnos sigan siendo niños. Los mayores se quedan a guardar el castillo, y los jóvenes emigrantes vuelven a ser ellos mismos cuando pueden.
Es una ley inexorable, la dureza del entorno no ofrece muchas oportunidades, pero desde luego guarda una riqueza aprovechable para algunos emprendedores, que están dispuestos a conservar sus pueblos. Creo que ahí es donde debería haber unión, donde se deberían juntar las banderas y donde debería fabricarse la prosperidad.
Pero eso es un deseo de un viejo soñador.
efe.