Hermosa fealdad.

Hermosa fealdad.

Inexorablemente el espejo la devolvía su imagen todos los días, recordándola su falta de hermosura, que acompañada de una timidez mortal hacia que se sintiera desgraciada.
Sus ojos decían poco y en su boca ya no existía la presencia de carmín, por lo que su rostro se volvía poco expresivo. El no gustar a los demás era ya para ella algo de todos los días y que empezaba casi a asquearla, el resto de su figura ya casi ni la importaba.
Encerrada en sus pensamientos vivía su tiempo despacio, pensando en que alguien pudiese cambiar su destino. Absorta en estos pensamientos aporreaba como muchas tardes su sufrido teclado, esperando que alguien supiese de su existencia, aunque simplemente fuese para llamarla fea.
Aquella tarde abrió el buzón de correo y encontró una escueta misiva. “Presiento que eres muy guapa” Me gustaría conocerte.
La contestación a ese correo abrió la puerta de algo no esperado, aunque deseado, su frustración podía atenuarse. Corrió el tiempo y la amistad con esa persona era ya un hecho hermoso. No conocía la identidad de la persona que había al otro lado, su apodo era lo suficiente impersonal para deducirlo. Hablaban de muchas cosas, de lecturas, cine o teatro pero también de sexo. Estaba empezando a sentirse preocupada pues llegaba el momento del encuentro. Y así se produjo.
Un día cualquiera de invierno, con sus mejores galas, casi sin maquillaje, con su perfume preferido se encontraron. La reacción fue brusca. El galán era impresionante, atractivo a rabiar. Se conocieron gracias a la rosa que cada uno portaba y el encuentro fue brutal. Un beso la hizo que resbalara su primera lágrima que dio paso al primer abrazo en toda su existencia, seguido de un te quiero.
No me equivoqué intuyendo que eras preciosa.
Tiempo después contraía nupcias con el mejor cirujano plástico de la ciudad. Eso si exactamente igual que era ella. Con la misma hermosura con la que nació.

Efe.

Photo credit: Guy_Masavi / Foter / CC BY-SA