Tiempos de ayer.


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Los primeros albores de aquellos ochenta presagiaban un nuevo futuro para aquellos jóvenes que descubríamos algo más que la libertad. Empezamos a enseñar con osadía nuestros cuerpos y lo que es mejor, empezamos a soltar el lastre acumulado durante generaciones, que habían vivido bajo el paraguas de la represión.
Una costra inmensa nos había quedado encima. La necesidad de que la mujer empezase a codearse con el hombre y comenzase a saber trabajar y disfrutar, aunque hubiese que comerse el mundo para lograrlo, empezó a formar parte de la realidad.
La minifalda llenó junto con los pantalones de campana nuestros modestos armarios y los furtivos besos en la esquina se sancionaban como mucho con una reprimenda sobre todo para ella. El machismo todavía era típico, siendo ella  la descarada y el galán el simpático, pero tuvimos que aprender a vivir camino de lo que sería el siglo veintiuno, siglo en el que estamos revalidando el final de nuestro entrenamiento como ciudadanos del Mundo.
Tuvimos que trabajar muy duro, estudiar y aprender lo que ha sido el gran avance de la humanidad. El desarrollo tecnológico. Al tiempo que vivíamos toda clase de revoluciones, sociales, culturales etc. Bebimos el amargo cáliz del terrorismo que nos endureció y marcó a fuego.
Criamos y educamos a las generaciones mejor preparadas de los últimos tiempos, aprendimos a vivir en Democracia, pero al final el inexorable destino  nos golpeó sin misericordia, logrando que entre los errores de muchos más la incompetencia de otros. Hoy  estemos sumidos en un desastre.
Pero pienso que peor que entonces no estamos ahora y si logramos entonces salir, los Jóvenes de hoy nos darán una gran alegría descubriendo un nuevo futuro.

efe.

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